Saturday, June 28, 2014

Los “selfies” de Durero

Dürer's self-portraits. Collage

“…lo más agradable de todas las cosas es ver un hermoso cuadro de un ser humano.” –A. Dürer

Hace más de veinte años, recibí como regalo de Navidad un libro de cubierta dura sobre Alberto Durero, en cuya portada aparecía un perfecto autorretrato del artista alemán. Para entonces, todavía era posible encontrar en la librería habanera ‘La Moderna Poesía’ ejemplares de arte editados e impresos en el hoy extinto Bloque del Este (europeo), que a diferencia de los productos cárnicos enlatados, tardaban temporadas enteras en agotarse, por lo que se convertían en factible presa de obsequios.
Identificar la firma del pintor no fue difícil: se trataba de un monograma con las letras A y D que más tarde reconocería en pinturas, dibujos y grabados dispersos en importantes museos del mundo, así como su posterior omnipresencia en las pequeñas postalillas que reproducen el dibujo Estudio de las Manos de un Apóstol  y que se distribuyen en casi todos los eventos fúnebres de esta orilla.
Primero tropecé con su Autorretrato a los 26 en el Museo del Prado de Madrid y después con su Autorretrato a los 22 en el Musée du Louvre en París, ninguno de ellos correspondía a la imagen de aquella dádiva cuya penetrante mirada frontal siempre me fascinó.
Pero la vida nos lleva por rutas no sospechadas, y en un reciente viaje que concluyó en Baviera, tuve la dicha de topármelo, el tercero de sus autorretratos pintados,  junto a muchas de sus otras obras renacentistas.
Siendo aún aprendiz de orfebrería en el taller de su padre, Durero se aventuró en el dibujo recreándose a sí mismo, y lo hizo tan bien, que con solo 13 años su Autorretrato en punta de plata de 1484 (actualmente en el Albertina de Viena) se nos presenta como el primer testimonio con que revolucionaría la categoría -ya existente- de tal técnica.
Dürer's self-portrait, c. 1500. Books front cover
En el Autorretrato de 1500 que recientemente admiré en Múnich, Durero estaba próximo a cumplir sus 29 años. Rápidamente el observador advierte que se halla frente a algo grandioso, tal es así, que a pesar de su formato pequeño que contrasta con los sendos paneles de Los Cuatro Apóstoles con los que cohabita, uno se dirige primero a él. Es la austera frontalidad del recuadro la característica que lo hace diferente a todos los demás. Durero sabía que se inmortalizaría cuando se atrevió a idealizar su figura con rasgos y ademanes que para entonces se reservaban solamente a las representaciones de Cristo.
El arte transporta. Tanto alcanza la excelencia artística tal osadía que por instantes la imagen hizo volar mi percepción para situarla en la casa de Rosalba, la anciana parroquiana bejucaleña quien con voluntad férrea mantuvo expuesta la imagen de su Sagrado Corazón de Jesús a la vista de todos, en tiempos en que soplaban ráfagas de ateísmo.
La simetría de la composición triangular de esta pintura, irremediablemente focaliza la atención sobre la cara, cuya mirada se dirige con fuerza al espectador  para después desplazarse a la mano que pareciera levantarse en un gesto de bendición. Es entonces cuando en un atisbo más cercano empiezan a aparecer detalles fisionómicos que se repiten en sus anteriores autorretratos: los ojos almendrados, sus pulposos labios, el philtrum demarcado, su barbilla, los elongados cabellos, y sus largos dedos, resultando en una imagen muy personalizada en la que el artista enaltece en lo visual y lo manual la simbiosis de la creación.
De esta forma dejaba claro a sus contemporáneos lo aprendido en la meca del Renacimiento: Él se convertía en el primer pintor que exportaba al norte de los Alpes la teoría sobre las proporciones (perfectas) del cuerpo humano, elevando su rango social a artista (y no como artesano, status con que los germánicos veían a los pintores).
At the Alte Pinakothek (Room II). Munich. 2014
 A la Alte Pinakothek –una edificación poco atractiva desde el punto de vista arquitectónico, pero preñada de delicadas y exquisitas obras de arte de muchos otros masters- la identificaré por siempre con Dürer. Incluso cuando finalicé mi visita al museo y me perdía por las calles de Munchen sentía sobre mi piel la aguda mirada del elegante ‘príncipe’ Albrecth, quien como ningún otro artista del patio se adelantó a su época.
Reclamando reconocimiento social o por pura egolatría, mostrando sus habilidades como grabador o ‘retocándose’ por su baja autoestima, llevó el autorretrato a otra dimensión, ofreciéndole un carácter autónomo, centrado en el propio autor como objeto artístico de permanencia y extendiéndonos hasta hoy los trucos triunfalistas del photoshop y los selfies con que nos ahogamos en las redes sociales.
Para encontrar otros self-portraits del autor en medios diferentes, visite www.wga.hu, se sorprenderá hasta encontrar su desnudo frontal.
Photos by José Soriano